Ciudad Juárez -- Cerca del medio tiempo el partido ya estaba perdido. El mariscal de campo, Raúl Parra, miró el marcador y murmuró para sí: "No hay nada de qué avergonzarse. Hicimos una buena temporada".
En ese momento el futbol americano se convirtió en más que un deporte para el equipo, para el entrenador y Parra, quien jugó con tres heridas de bala en su pierna izquierda, vivo recuerdo de la noche más trágica que ha vivido esta ciudad.
Al iniciar la temporada de futbol este fin de semana, los muchachos juarenses están entrenando otra vez, con los mismos uniformes raídos y heredados, hombreras recosidas, viejos casos prestados, un entrenador que no recibe salario y un deporte que no es tan popular.
También son campeones defensores.
El cómo el equipo logró una victoria viniendo desde atrás en el campeonato universitario División III de México en mayo es una historia poco conocida que dice tanto del futbol americano como del equipo mismo.
"No era cuestión de recursos, de herramientas", dijo Parra, de 21 años. "Era cuestión de corazón, quién tenía más corazón, quién lo quería más, quién creía en ello más".
En un campo de futbol americano en esta ciudad, jugadores que vienen de toda la ciudad, se unen por un recuerdo.
En la sombra del campo hay un monumento a su inspiración, los bustos de dos jugadores caídos, Rodrigo Cadena y Juan Carlos Medrano, acribillados en enero del 2010 en lo que se conoce como la masacre de Villas de Salvárcar, un barrio de clase trabajadora.
Los dos adolescentes estaban entre las 15 personas que fueron asesinadas por pandilleros, quienes en base a información equivocada, en vez de matar a pandilleros rivales masacraron a los estudiantes y otras personas que departían en una fiesta de cumpleaños.
Parra y otros tres jugadores estaban entre los asistentes.
Recuerda que estaba bailando, y que la música fue interrumpida por una ráfaga de balas. Recuerda que cayó el suelo enseguida de Medrano y otros, todos con graves heridas.
Como pudieron subieron a un auto y se dirigieron a un hospital cercano.
Sostuvo a Medrano en sus brazos y pidió a gritos al cielo, a Dios, que salvara a su mariscal y líder del equipo, un chico apodado "Coraje" por su férrea determinación y liderazgo dentro y fuera del campo.
Medrano murió cuando era operado. Parra llamó a su madre.
"No me dijo mucho, nomás que fuera al hospital, pero podía oir a los muchachos gritando y preguntando '¿cuántos balazos te dieron?'", recordó Marisela Godoy, de 42 años.
"Llegué y vi a las madres llorando, cubiertas de sangre".
La masacre fue un parteaguas en México, cuando los críticos del entonces presidente Felipe Calderón empezaron a cuestionar su guerra contra el crimen organizado, sobre todo cuando el presidente dijo que las víctimas probablemente eran pandilleros.
Para las familias fue su llamado a despertar, a formar comunidad, irónicamente, a través del futbol americano, para sanar y encontrar solidaridad.
Eso fue lo que pasó en el campo aquella noche de mayo, cuando una larga temporada se acercaba a su final en la ciudad de Chihuahua, sede de los Borregos del Tec de Monterrey, equipo mucho más grande, de una universidad acaudalada, de élite, con 52 jugadores.
